Nos vamos, nos vamos. Puedo sentirlo en los huesos. Estamos a veinticuatro horas de irnos y escondernos en otra ciudad; cuarenta y ocho, si tengo suerte. La habitación
da vueltas, el terror comprime el aire en mis pulmones. No puedo respirar. Quisiera que el reloj que cuenta los minutos que me quedan en casa, en esta vida, avance más
lento, pero corre al doble de velocidad.